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  • Coni Tapia

Relatos de Belén: Memoria comunitaria de la Semana Santa


Como todos los años, se conmemora por estas fechas en Belén – y muchos otros pueblos andinos de la región – la Semana Santa. De larga tradición en el mundo occidental, el origen de la Semana Santa se remonta a un evento muy importante en la historia del cristianismo, que coincide a su vez con diversas fiestas ancestrales que celebran el cambio de estaciones, la fertilidad y la renovación de los cultivos. La Semana Santa ha adoptado prácticas y expresiones propias en cada lugar del mundo, marcadas principalmente por las historias, experiencias, saberes, creencias y costumbres de las culturas que la celebran.


El pueblo de Belén no es la excepción: su comunidad asegura que esta ocasión es única entre todos los pueblos y recuerda con especial cariño las memorias y relatos de décadas anteriores.


Años atrás, cuando abundaba la agricultura y el oro verde era cargado a lomo de animales hacia otros lugares más lejanos, la Semana Santa se celebraba todos los días de la semana.


Según Adela Cutipa, en el pueblo se conservaba un silencioso luto: todos permanecían en sus casas, no sonaba ninguna radio, nadie alzaba la voz más de lo necesario ni clavaba un solo clavo. “Mi mamá me decía que había que estar callados y escuchar, porque la tierra estaba temblando”, recuerda.

El templo del Apóstol Santiago se levantaba como un gran protagonista durante toda la semana. Las mujeres del pueblo acudían sagradamente todas las tardes, con velos en sus rostros y elegantes trajes de dos piezas, arreglando pacientemente la ropa de las imágenes y cantando mientras esperaban el día de la resurrección. Nancy Alanoca, rememora:

“cuando cumplí cuarenta años me uní al grupo de las señoras del pueblo, que cantaban un cántico especial y había que hacerlo así, con mucha lástima. No faltaba la que se empezaba a quedar dormida y recibía un pellizcón por ahí, para que despertara y siguiera cantando”.

Sin embargo, el ritmo de la vida actual y el constante ir y venir de las familias entre el pueblo y la ciudad de Arica han transformado la manera de celebrar la Semana Santa. “El día miércoles se hacía una procesión muy linda, la imagen del Señor se juntaba con su Madre y era muy emocionante, le llamábamos el miércoles de encuentro, pero eso lamentablemente se ha dejado de hacer”, relata Nila Santos.


Hoy en día, se conserva con mucho cuidado la tradición del Viernes Santo, caracterizada por la procesión del Señor por los cuatro altares del pueblo. La ocasión es cuidadosamente custodiada por los mayordomos del templo y suele durar toda la noche.


Antes de medianoche, se realiza la ceremonia principal. Vilma Santos explica que algunos hombres van casa por casa con matracas, anunciando a los vecinos que la ceremonia está por comenzar. Antiguamente, llegaba un cantor desde otro pueblo especialmente a cantar la misa en latín. “Una vez, cuando mi papá pasó mayordomo, fue a buscar al cantor a Pachama. Él sabía cantar en latín, aunque medio chamullado, entonces nos acompañó con sus cánticos el día viernes. Años más tarde, me tocó contar esta misma historia en una actividad. Ahí estaba don Florencio de los Payachatas y me dijo: “¡ese era mi papá!”.


Al Cristo se le pone en una cama y la cama sobre un anda cargada con adobes. La labor es ardua y larga; unos varones vestidos de blanco van llevando a la imagen por todas las calles del pueblo, algunos con más de una frazada bajo sus ropas para proteger sus hombros de la pesada carga y no sucumbir ante el frío de la madrugada. Antes del recorrido, los varones son bendecidos con una pawa, como corresponde, para asegurar que la jornada se desarrolle en buena hora.


Acompañando a los varones, le seguían algunas señoritas que cargaban las potencias del Señor, aunque esta tradición ya no se lleva a cabo. “Mi mamá, en ese entonces, acordó con los mayordomos para que yo pudiera cargar las potencias. Éramos tres niñas en total y cada una cargaba en una bandejita de plata cada uno de los ornamentos del sacrificio; a mí me tocó llevar la corona de espinas. A veces, para la ocasión, nuestras mamás tejían unas mantitas bien finas y nos mantenían despiertas toda la noche, cuidando que pudiéramos hacer bien la procesión, sin tropezarnos, evoca Adela Cutipa.


Los guardias del Señor, por su parte, deben ir bien atentos mientras avanza la procesión, tal como reseña Nancy Alanoca: “el año pasado estuve con mi hermano pasando la Semana Santa allá. Como él venía de visita, le pasaron un rifle a él y a otro hombre más y le dijeron: ‘usted ahora debe cuidar bien el sepulcro, porque anda Poncio Pilato dando vueltas por el pueblo y usted debe impedir que se lo lleven.’ Y ahí se quedó el pobre, ¡parado con un rifle en la mano!”.


El pueblo se divide en cuatro partes y las familias de cada sector preparan un altar con flores, aguayos y otros adornos. Los varones, acompañados por los guardias y otros fieles, se detienen en cada uno de ellos para renovar sus fuerzas; allí se comparte largo tiempo cantando, comiendo queques, panes, galletas, calapurcas y tomando caliente junto a los vecinos, detalla Adela Cutipa. “Como muchas de las fiestas y tradiciones del pueblo, la Semana Santa era organizada y celebrada en comunidad. Era un momento especial en que, al igual que la resurrección, la comunidad renovaba también sus fuerzas”, agrega.




Normalmente la velada es larga y finaliza poco antes del amanecer. Al día siguiente no falta la calapurca para despertar de la extensa noche. Muchos se retiran hacia sus campos, que todos los años cosechan abundancias, para pasar la tarde al lado de una rica guatia familiar.

Este año será diferente. La Semana Santa se tomará una pequeña pausa después de muchos años. Entre la comunidad hay sentimientos encontrados: por una parte, es necesario más que nunca cuidar a los valiosos tesoros que viven en el pueblo y en Arica, pero por otra parte, es doloroso no volver a encontrarse y dejar de lado, aunque sea por un año, esta linda tradición.


“Cuando hablo de esto, me emociono. Cumplir con esa tradición era una gran responsabilidad, era como hacer un aporte al pueblo. Es que en esos tiempos la gente tenía mucho respeto, las tradiciones se cumplían y se compartía con cariño en comunidad. Los antiguos del pueblo todavía mantienen ese celo, pero cada vez nos vamos olvidando del real significado de nuestras tradiciones… A veces necesitamos un remezón y parece que éste es el tiempo de cambiar”, concluye Adela Cutipa.


Agradecemos los aportes de Adela Cutipa, Nila Santos, Vilma Santos, Nancy Alanoca y Saúl Alanoca en la elaboración de esta nota.

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